domingo, 28 de febrero de 2010

El bosque




"Bajo un techo de estrellas, acompañando a la luna en su noche, se adentró en el bosque. A cada paso que daba oía gemir las hojas secas y viejas bajo sus pies. Ese sonido, era lo único que llegaba a escuchar hasta que una suave brisa empezó a silbarle al oído y en dos ocasiones le obligó a girarse para asegurarse que tras ese aliento fresco no había nadie.

Los árboles le saludaban agitando sus secos y tortuosos brazos acabados en largos y finos dedos queriendo tocarle. El las apartaba con delicadeza al principio pero, a medida que el aliento del bosque crecía en intensidad y las caricias de los árboles eran más torpes e insistentes, llegando incluso a arañarle el rostro, dejó de lado los buenos modos y los apartó con fuerza.

Sus pasos se aceleraron al igual que el lamento de las hojas que pisaba y que el viento que le acariciaba la nuca. Quería atravesar ese bosque cuanto antes. Los árboles, viejos señores del bosque, cada vez le entorpecían más el paso y cada vez le costaba más esquivar sus ramas. De pronto, apartó una de ellas y se quebró, Al sonido seco de la madera rompiéndose, le siguió un grito que le heló la sangre. Había sido un quejido que había salido de las entrañas del bosque. Su corazón empezó a latir con fuerza hasta el punto que le dolía, pero ni aún así consiguió mover un músculo. De nuevo ese lamento salió de la oscuridad y llegó hasta él quien consiguió mover la cabeza suavemente pero con los pies clavados en el suelo, como si esas hojas que antes quebraba, le mantuvieran prisionero impidiéndole salir huyendo.

El aire ya no silbaba y los árboles estaban tan inmóviles como él, sintiendo ese lamento que salía de las entrañas del bosque. Fuera lo que fuese eso, no quería encontrar la causa. Al mirar a su espalda, vio como un enorme ser blanco como la luna surgía de la oscuridad a unos dos metros de altura y se acercaba a gran velocidad hacia él. Sólo consiguió agachar la cabeza lo justo para que no le golpeara con sus grandes alas, y lo siguió con la mirada hasta que desapareció llevándose consigo el lamento que había traído de nuevo en la más negra oscuridad.

Al llevarse una mano en el pecho, sintió como poco a poco su corazón iba recuperando su ritmo normal. Con gran esfuerzo, movió primero un pie y luego el otro. A cada metro, sus pasos se iban aligerando y al final corría cuando llegó al final del bosque. Se detuvo ante una pequeña llanura y ahí, a unos 50 metros vio la casa.
Las luces estaban encendidas, y sonrió...."

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