viernes, 21 de mayo de 2010




Cae la noche y sube a la habitación en el primer piso. Allí se sienta frente al tocador. Se mira en el espejo que heredó de su abuela y se cepilla el pelo. Cada noche realiza el mismo ritual antes de meterse en la cama, pero esta vez sus movimientos son suaves, rutinarios y ni siquiera mira su cabello. Su vista está clavada en su triste mirada. Cierra los ojos durante unos segundos, quiere olvidar esa tristeza pero no puede. La ténue luz apenas ilumina la estancia, pero sí lo justo para ver como esa lágrima, osada y temerosa, huye de su cobijo y se desliza por la suave mejilla hasta caer al vacío .........

1 comentario:

  1. El amasijo de tristura pende de una lágrima y queda atravesado por el filtro de luz que, desde la rendija del balcón irisa los recuerdos más bellos de sol y lluvia que pudo vivir. Sí, su frente permanece inmóvil, mas no la memoria de aquel día, de aquel loco que se coló en la alcoba del corazón y, día tras día, la visita de puntillas, fiel, puntual...a la hora en que mesa su cabello, a la hora en que, desde su ínfima riqueza le regala su aliento enjuto dentro de esa gotita de mar y luz...

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